Una hora más de sueño… Ese es el mantra que la mayoría de la gente se repite a sí misma ante el adelanto obligado de los relojes para el cambio de horario de verano. Después de todo, al levantarse a las 7.00 AM las personas estarán iniciando su jornada a las 8.00 AM del verano. Pero más allá de unos cuantos minutos extra bajo las sábanas, esta alteración horaria conlleva una serie de consecuencias bastante menos positivas, ya que los días más cortos y las noches más extensas afectan de forma negativa y directa a nuestra personalidad.
La menor intensidad y presencia de la luz diurna inciden en la producción de serotonina -neurotransmisor ligado al buen ánimo- y en el aumento de la melatonina, hormona cuya función es generar somnolencia y aletargamiento. El resultado es una alteración en el ritmo circadiano de 24 horas que regula nuestras actividades diurnas y nocturnas, generando en muchas personas la llamada «tristeza invernal»: un reciente estudio con 1.000 personas mostró que el 70% afirma sentirse más triste debido a la menor luz invernal, siendo las personas entre 16 y 34 años las más sensibles.
Estas distorsiones en la luz que nos rodea, que también afectan a las personas que repentinamente se enfrentan a turnos nocturnos o que viajan de un lado a otro del mundo, se han convertido en la obsesión de científicos, que señalan que la luz controla en nuestros ojos procesos que no participan en la formación de imágenes y que se relacionan directamente con patrones de conducta o ciclos metabólicos, como el sueño.
Sus estudios y los de otros científicos llevaron a un hallazgo que podría cambiar de forma radical lo que se sabe de la relación entre la mecánica de los ojos y nuestra salud mental, además de la creación de nuevas terapias. Se trata de la identificación de neuronas especializadas en la retina y que son llamadas células ganglionares, consideradas como un «órgano oculto» y capaz de detectar la luz de forma independiente de bastones y conos, células que procesan la luz para formar imágenes y que hasta hace poco eran los únicos fotorreceptores conocidos por los científicos.
Hoy se sabe que la retina humana alberga 1,2 milló de células ganglionares. De éstas, solo 2.000 contienen melanopsina y, según los tests de Provencio, presentan una anatomía que no revela en lo absoluto su rol como fotorreceptores, a diferencia de los 125 millones de bastones y 6,4 millones de conos cuya forma es muy distintiva del rol que cumplen. Sin embargo, se ha descubierto que las neuronas que sí tienen melanopsina operan colectivamente como una red que capta luz para procesos no relacionados con formar imágenes.
Incluso, otros experimentos han mostrado que al ser bombardeada por luz, la melanopsina inicia una cascada de señales químicas al cerebro que se asemeja más a la que se da en invertebrados como pulpos que a ciertos mamíferos, lo que indicaría que esta proteína proviene de un sistema de detección lumínica primitivo que se anexó al sistema visual avanzado.
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